por Diego H. Dávila Huerta [1]
El
siguiente año se cumplirán treinta años de la operación militar estadounidense
más ignorada -a excepción quizás de la Invasión a Granada en 1983 o el
involucramiento indirecto en Somalia y Níger-. Este ensayo fue escrito a unos días del
fallecimiento de George H.W. Bush, mientras ocurre una limpieza mediática de su
imagen, fundamentada en su oratoria, sus principios conservativos y rectitud
política, raquitismos de la administración Trump. La llamada Operation Just
Cause, u “Operación Causa Justa”, comenzó durante la madrugada del 20 Diciembre
de 1989. Tuvo como principales objetivos asegurar el control fáctico de la Zona del Canal [2], la captura del general Manuel A. Noriega,
con la subsecuente “democratización” de Panamá.
Es lugar común asegurar que la Invasión a Panamá sentó el
precedente de las guerras, así como del actuar del ejército estadounidense, del
siglo XXI. Esto se debe a tres características innovadoras, aunque no necesariamente
novedosas, que aparecieron por primera
vez en el arsenal político del ejército estadounidense en 1989, y que en la
actualidad han influido en su actuar imperialista: 1) La estrategia de
Despliegue Rápido, 2) La racionalización de objeciones morales para justificar
la acción militar directa, y 3) La mediatización acrítica de la guerra con
fines propagandísticos. El presente ensayo explora brevemente dichas
características.
UNO: FULL METAL JESUS
El
despliegue rápido de fuerzas bélicas es una de las características
fundamentales de la guerra moderna. Va de la mano con la evolución de la
industrialización y el capitalismo. La estrategia de “Guerra relámpago” usada
por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial demostró la posibilidad de
ocupar militarmente un territorio coordinando diversas unidades movilizadas por
vehículos sofisticados. Sin embargo, el concepto de Despliegue Rápido
estadounidense merece una examinación más profunda al ser parte de un paradigma
doctrinario más que una táctica de combate. La fuerza de despliegue rápido
estadounidense es un sistema de operatividad militar global coordinada, capaz
de actuar en cualquier parte del mundo sin necesidad del apoyo de bases
militares en el extranjero ni países aliados, y que involucra a las cuatro
armas del ejército estadounidense. [3]
(Bermúdez 1989) explica que el Despliegue Rápido busca concentrar en un
espacio, lo más reducido posible “la mayor cantidad de fuerza
militar, para obtener una victoria contundente en corto tiempo”, flexibilizando
la habilidad de reacción estratégica. Tuvo su origen en la “revisión
doctrinaria” del ejército estadounidense, dirigida a superar “los errores
militares y políticos de la Guerra de Vietnam” así como los efectos de la
llamada “crisis de consenso” en la toma de decisiones de política exterior
(Rico 1984, 269).
La elección de Ronald Reagan representó un “desplazamiento del
centro de gravedad del espectro político hacia la derecha”, comenzó en el marco
de la “crisis integral” por la que atravesó Estados Unidos, y de ella surgió un
proyecto global que luchó de forma eficaz contra el liberalismo estatalista
(Borón 1984, 90). Bajo las banderas de la privatización y la guerra, la
radicalización política del conservadurismo estadounidense fue el anuncio de
una “fascistización en ciernes” (Id.),
que vista desde el 2018 se antoja obvia. Influenciada por la Guerra Fría
tardía, [4]
la estrategia del neoconservadurismo estadounidense de la generación Reagan
tuvo como objetivo central la “recuperación de la hegemonía” [5]
estadounidense (Bermúdez 1989, 11) en el tablero geopolítico. Además de superar
la catástrofe que implicó la guerra de Vietnam, [6]
la New Right puso en su agenda otros
dos objetivos interrelacionados que formaron una coalición entre las tres vetas
de pensamiento conservativo americano, aparte del nacionalismo pro-imperialista:
el ideal libertario de reducir la participación del estado en el
mercado, y la obsesión puritana por defender a la “célula familiar contra sus
múltiples asaltantes” (Finkielkraut 1982, 58-59).
Estos círculos de la derecha radical adquirieron un espacio
ampliado, edificando una hegemonía cultural que se expandió por el resto del
mundo, y que en América Latina hizo eco, influenciando los proyectos políticos
de los círculos más agresivos entre las clases dominantes en Centroamérica y el
Cono Sur (Maira 1984, 123-125). Un ejemplo del actuar del neoconservadurismo estadounidense
en América Central lo da (Mondragón 1983) al explicar el vínculo de la New Christian Right con el genocida
Efraín Ríos Montt, y queda demostrado en la actualidad, cuando la iglesia
evangelista cuenta con más de dos mil iglesias en Guatemala. Que los medios de
comunicación estadounidense mostraran a sectores de la sociedad panameña
celebrando la Invasión de 1989 sólo es explicable (aunque no justificable)
entendiendo la influencia del pensamiento conservador estadounidense en América
Latina.
La administración Reagan preparó una estrategia que atendía el
proyecto de redefinición doctrinaria de los militares, devolviéndoles el
espacio en el diseño y elaboración de la estrategia militar, y atendiendo la
construcción de consenso en torno al papel de Estados Unidos en el Tercer
Mundo. En este cambio paradigmático, el principio de la ofensiva militar
directa fue recuperado en la forma del Despliegue Rápido (Op. cit., 50). Esta
modalidad de guerra convencional[7]
innovó en la concentración y movilización de fuerzas distintas a las de la OTAN,[8]
y fue proyectado inicialmente para operar en el Caribe, el Golfo Pérsico y
Corea.
La crisis de rehenes en la embajada estadounidense en Teherán, el
triunfo de la Revolución Sandinista y la Invasión Soviética de Afganistán
hicieron que la creación de la Fuerza de Despliegue Rápido fuerauna prioridad del establishment militar de finales de los
setenta. James Carter había inaugurado el teatro de operaciones del Middle East y, de hecho, la
reconceptualización geoestratégica de dicha región cuando comenzó el programa
de apoyo militar a los Mujaideen en territorio afgano y cuando su comunidad de
inteligencia (en ese entonces George H.W. Bush era director de la CIA[9])
identificó la importancia geoestratégica del Golfo Pérsico. Sin embargo, para
1981 la Fuerza de Despliegue Rápido, que debía ser una herramienta global de
respuesta rápida, se había convertido en un costoso (13 billones de dólares)
Mando Unificado responsable por el sur de Asia.
En 1983 nació USCENTCOM, el Mando Central Unificado, cuya área de
responsabilidad fue enfocándose de forma cada vez más permanente en Medio
Oriente. Existen, aparte, otros cinco Mandos Unificados, estos son:
USINDOPACOM, cuya área de responsabilidad se extiende desde la India hasta
Japón y el Pacífico Sur; USEUCOM, asignado a Europa, Turquía y el territorio
ruso; USSOUTHCOM, el infame Comando Sur, que controla las operaciones militares
estadounidenses en América Latina desde la década de 1960; USNORTHCOM, creado
en 2002, integró un área de asignación que incorpora el territorio mexicano,
estadounidense así como el canadiense; y USAFRICOM, el Mando Unificado
responsable de la mayor parte de África.
Junto con la guerra de mediana intensidad, o convencional, la
estrategia contrainsurgente también se modernizó y adaptó a la estrategia
política estadounidense. Reconceptualizada como Guerra de Baja Intensidad, la
estrategia contrainsurgente amplió su campo de acción, la guerra hizo de lo
económico, lo psicológico y lo político un campo de batalla. Un “avance”
importante para la humanidad fue la expansión de la lucha ideológica hacia el
espectro de las operaciones psicológicas, o Psy-Ops,
siguiendo tres líneas de acción: el consentimiento activo, la propaganda armada
y la acción cívica. (Ezcurra 1988, 121-122), explica que el consentimiento
activo corresponde a la imposición ideológica de un modelo de sociedad con el
efecto de incidir en la población civil. La propaganda armada es definida, a su
vez, como el uso de comunicación cara a cara, así como recursos técnicos
audiovisuales con la finalidad de incidir en el comportamiento e ideario
político de la población civil (Op cit., 121-134). Finalmente, la acción
cívica, un proyecto de refundación social enfocado en la asistencia económica
para restaurar o generar una estabilidad institucional afín al proyecto
contrainsurgente (Ibídem, 134-148), esto ocurre en dos planos. A nivel
macropolítico está la participación de las FFAA estadounidenses en tareas
humanitarias y en la construcción de políticas de desarrollo social, mientras
que en el ámbito biopolítico está el desplazamiento forzado de comunidades de
su lugar de origen y su concentración en asentamientos estratégicos. Terrorismo
y genocidio, les llaman.
La ofensiva directa y la Guerra de Baja Intensidad, suelen hacer
simbiosis, como ocurrió durante la “Operación Causa Justa”, cuando
especialistas en guerra psicológica recomendaron al general Max “Mad Max”
Thurman, encargado del Comando Sur, el uso de tácticas especiales para la
captura de Manuel Noriega. En el momento
más surrealista de la invasión, la nunciatura de Panamá, sede de la embajada
del Vaticano (y del escondite de Noriega), fue rodeada por vehículos mecanizados
que rugieron sus motores al unísono durante todo el día de Navidad (Kinzer 2007,
258). Durante la noche, Thurman ordenó el posicionamiento de altavoces gigantes
en torno a de la nunciatura para música tocar rock a todo volumen, la selección
de canciones contenía títulos con mensajes claros para Noriega. Entre los
éxitos que sonaron estuvieron “You’re No Good” de Van Halen, “Nowhere to Run”
de KISS y “I Fought the Law” de The Clash (Idem). Pese a que el ataque no tuvo
el efecto deseado, quebrantar la voluntad de Noriega, ese no fue el único uso
de las Psy-Ops durante la invasión,
ya que la misma táctica, el uso de altavoces estuvo presente desde el primer
día, transmitiendo mensajes desmoralizantes y sonidos ensordecedores.
El stock tecnológico que los estadounidenses utilizaron durante la
primera década del siglo XXI fue inaugurado en Panamá y, como veremos, fue
parte de un proyecto ideológico imperialista fundamentado en la masculinización
de la tecnología bélica. Esta capacidad de maniobra provee al ejército estadounidense
la teatralidad necesaria para proyectar una imagen de poderío e invencibilidad.
Los avances tecnológicos en materia de telecomunicaciones permitieron a Estados
Unidos crear un imaginario de dominio militar al menos durante las décadas de
1980 y 1990, en maridaje con la tesis de Fukuyama del “fin de la historia”.
DOS: RETO AL DESTINO
La
intervención extranjera, económica o militar no es, ni ha sido, una anomalía en
Latinoamérica. A la War on Terror, “Guerra
contra el terrorismo”, en América Latina la conocemos como la War on Drugs, “Guerra contra el
narcotráfico”, [10] y
su primer gran hito es la Invasión del 20 de Diciembre (aunque sus escenarios
han ido (re) apareciendo de forma discrónica). Noriega no fue más que el primer
gran capo que presentó la DEA, en un despliegue mediático sólo superado por
Joaquín Guzmán Loera en 2017; después de todo, su captura involucró la invasión
de un país. La ocupación militar estadounidense, sin embargo, tuvo más de una
finalidad debido al carácter geoestratégico y a los intereses económicos /
políticos concentrados en torno al Canal de Panamá.
Para Panamá, el Roll Back
implicaba la conservación de las bases militares en la Zona del Canal más allá
del año 2000, contraviniendo los tratados Torrijos-Carter de 1977, que
concederían a Panamá el control de operaciones del canal a partir del 31 de
Diciembre de 1999 a las doce del día. Otro punto era terminar con el apoyo que
el régimen de Omar Torrijos [11]
había brindado al Frente Sandinista en Nicaragua, con armamento y
reconocimiento político al triunfo de la revolución. La muerte de Torrijos en
1981 podría considerarse el inicio de una crisis que culminaría con la
ocupación militar estadounidense. La agenda neoconservadora americana coincidía
con un simultáneo llamado a la hongkonización [12]
del país por parte del sector empresarial panameño, la aplicación de las
medidas del FMI y la privatización del sector productivo de la economía. Para
llevar a fondo las reformas estructurales era necesario echar abajo el aparato
institucional con características propias que Panamá había desarrollado durante
el torrijismo, aniquilando su carácter nacionalista y devolviendo el poder a
las transnacionales y los grupos oligárquicos. [13]
Los herederos presidenciales en el Partido Revolucionario Democrático -creado
por Torrijos, por cierto- comenzaron el proceso conocido como “destorrijización” [14]
y la ruptura de relaciones con los países socialistas, Nicaragua y Cuba (Soler
1989, 97). El desmantelamiento institucional provocó que la corrupción fuera en
aumento, de la mano del descontento social y la represión.
Los militares panameños decidieron imponer al país una serie de
presidentes allegados al neoconservadurismo, bajo la idea de que al hacerlo
obtendrían el respaldo y el beneplácito del gobierno estadounidense. Al mando
de la Guardia Nacional quedó responsable el coronel Florencio Flores, que fue
forzado al retiro por una junta que integraron los tenientes Rubén Darío
Paredes del Río, Armando Contreras, Roberto Díaz Herrera y Manuel Antonio
Noriega. Antes de Florencio Flores, el presidente Arístides Royo había
presentado su renuncia alegando dolores en la garganta, lo que en la política de
Panamá es conocido como el “gargantazo”.[15]
Fue sucedido entonces por el vicepresidente Ricardo de la Espriella, que a la
vez sería destituido por el ministro de relaciones exteriores, Jorge Illueca. La
forma tan cínica y abrupta en la que ocurrió la destitución de presidentes en
un periodo de tiempo tan corto le restó credibilidad institucional al gobierno
y la Guardia, aumentado el vacío de poder que dejó el general Torrijos.
En 1983 Manuel A. Noriega irrumpió en la escena política dando un
golpe de estado, asegurándose una cuota de poder mucho mayor que la de sus
antecesores, convirtiendo la Guardia Nacional en las Fuerzas de Defensa de
Panamá (FDP), su fuerza militar personal. Autonombrándose general, impuso las
presidencias de Nicolás Barletta, Erick Delvalle, Manuel Solís y Francisco
Rodríguez. Sin embargo, Noriega nunca pudo ser un agente aglutinante, ni
ofrecer una doctrina propia para enfrentar la crisis política y económica por
la que atravesaba el país, [16]
por lo que sus nexos con la CIA no pudieron garantizarle el apoyo de Estados
Unidos. Cuando comenzaron las manifestaciones los panameños, haciendo burla de
las marcas de acné en su rostro le pusieron un apodo: “el cara de piña”.
El cabo suelto en Panamá, Manuel Antonio Noriega, no fue distinto
de ningún Saddam Hussein, o cualquier otro asset
incómodo de la intelligence community.
Todos son desechables. Como la familia Somoza, o las dictaduras de Guatemala, El
Salvador y Honduras, Noriega, fue una pieza intercambiable en el tablero
centroamericano. El narcodictador fue instrumental en la red de suministro de
armas para la contrainsurgencia en Nicaragua, financiada con dinero procedente
del narcotráfico y la venta ilegal de armas a Irán, escándalo mediático conocido
como el affair Irán-Contra o Irángate. Son destacables los vínculos
de Noriega con el cartel de Cali y Pablo Escobar, de hecho, en 1998 ambos
fueron acusados por dos cortes en Florida de conspirar para introducir cocaína
en los Estados Unidos (Kinzer 2007, 247). Ante la falta de una doctrina, Panamá
fue cayendo en la inestabilidad política, “acercándose al nivel de
conflictividad de sus vecinos”. [17]
Pese a haber sido subalterno del general Torrijos, las actividades
criminales de Noriega los diferenciaron notablemente. Sin embargo, el gobierno
controlado por Noriega apoyó los esfuerzos por la paz en Centroamérica del
Grupo Contadora, contraviniendo la decisión de Reagan de utilizar la
contrainsurgencia para resolver la crisis revolucionaria en Guatemala, El
Salvador y Nicaragua. Esa no fue la última muestra de soberanía por parte del
gobierno panameño antes de la invasión estadounidense. En 1982, Panamá fue el
único país en votar a favor de Argentina en el Consejo de Seguridad de la ONU,
además, el entonces presidente Arístides Royo denunció públicamente el programa
de entrenamiento militar estadounidense en El Salvador, causando el enojo de
varios congresistas estadounidenses. Finalmente, en 1983, durante la
presidencia de Illueca tuvo lugar el fin de operaciones de la “Escuela de las
Américas” [18]
en Fort Gullick (Soler 1989, 96-98). El coronel Roberto Díaz Herrera comenzó,
entonces, una campaña de denuncias públicas en contra de Noriega, la oligarquía
y el imperio (Op cit., 104). Un país en estado crítico, bajo una dictadura
vinculada al narcotráfico, y que comprometía los valores, planes, así como la
imagen de la Casa Blanca; cuando George H.W. Bush heredó la presidencia de Estados
Unidos, el escenario estaba puesto para el drama.
Bush 41 fue vicepresidente en la administración de Ronald Reagan,
y su presidencia fue una extensión e intensificación de la campaña
neoconservadora de la New Right, y
probablemente el epítome de esa generación conservadora, ya que su mandato
coincidió con el periodo de disolución de la URSS, que tuvo lugar entre 1989 y
1991. Fue el encargado de dar fin a los movimientos revolucionarios de América
Central, durante su mandato tuvieron lugar los Tratados de Paz que pusieron fin
a la guerra civil en El Salvador y la derrota electoral del FSLN en las
elecciones de 1990 en Nicaragua. Así terminaba la Guerra Fría en América
Latina. Fue responsable del encubrimiento de los crímenes de la CIA en América Central:
el 24 de Diciembre de 1992 otorgó perdón a seis de los principales involucrados
en el escándalo Irán-Contra, todos ellos vinculados directamente con él. [19]
El
macabro hallazgo del cadáver decapitado de Hugo Spadafora, opositor del
norieguismo, en una playa de Panamá, y la aparición sucesiva de sus fotografías
en los periódicos de Panamá y Miami, provocaron que la opinión en Washington se
tornara lentamente en su contra. El entonces senador, John Kerry, presidente de
la comisión de drogas y terrorismo intensificó la investigación a sobre los
vínculos de las FDP con el narcotráfico. Pese a que Díaz Herrera desapareció de
la escena política y las protestas contra el régimen se habían apaciguado, en
Washington el movimiento anti-Noriega fue en aumento (Kinzer 2007, 247-249). La
guerra contra las drogas de Estados Unidos adquirió un cariz moralista profundo
durante los 80, relacionado con la religiosidad evangelista; sumado a las
acusaciones en su contra, el carácter autoritario de Noriega y el fraude electoral
en contra de Guillermo Endara, hicieron de él un amigo cada vez más incómodo.
TRES: PINEAPPLE GIRL
Una
anécdota curiosa. En el otoño de 1988, Sarah York, una niña de once años de
edad procedente del estado de Michigan,
comenzó una amistad por correspondencia con el dictador Noriega. El intercambio
epistolar duró un año, y en él se muestran mensajes de buena voluntad y paz por
parte de Noriega, así como detalles de la vida personal de Sarah. Fue invitada
personalmente por el general para visitar Panamá con sus padres, causando
revuelo en los medios masivos de Estados Unidos. Durante su visita, York
defendió públicamente a Noriega argumentando que éste le pareció un very nice guy, y que no creía las “cosas
malas que los periódicos en los Estados Unidos dicen de él”. [20]
Los York visitaron Ciudad de Panamá una segunda ocasión en 1989, como una
vacación familiar, y ahí Sarah se encontró una vez más con Noriega. Este
segundo viaje fue muy criticado por la prensa norteamericana; mientras que se
acusaba al dictador de aprovecharse de la amistad con una niña para mejorar su
imagen pública, Sarah York fue humillada en entrevista por un presentador de
televisión. La niña afirmó varias veces que no quería seguir el hilo mediático
que convertía al egresado de la Escuela de las Américas en un simple bad guy, debido a que, luego de conocer
a su familia, ella había encontrado en Noriega un hombre cándido y afectivo. [21] La
Pen Pal del dictador. Es una alegoría
digna de reflexión.
La
idea clave en la práctica de política exterior de Estados Unidos es un “doble
estándar” (Scott 1997, 32) en el que las leyes internacionales son
desigualmente interpretadas al tratarse de las acciones de un país o individuo
contrario al gobierno americano, que cuando se trata de juzgar sus propios
actos o los de sus aliados. Los Mass
Media representan los intereses y objetivos de las clases dominantes, por
lo que son de gran utilidad para fijar “los términos de la discusión” (Op cit.,
35). En un artículo de 1990, William Lutz describió el uso de un doble discurso
-doublespeak en la terminología
orwelliana- durante los hechos de la invasión, y que resulta familiar cuando se escuchan los informes noticiosos sobre la Guerra contra el narcotráfico en México. (Lutz 1990, 56) afirma que el objetivo del doble discurso es evadir,
ocultar y engañar; es lenguaje que sólo comunica, no pretende expandir el
pensamiento, sino limitarlo y prevenirlo. El lingüista escribe que la de Panamá
fue una “no-guerra”, en la que los soldados panameños no actuaron en defensa de
su país, sino que “se involucraron en
actividades terroristas armadas”, y no fueron asesinados, sino “neutralizados”.
Mientras que el uso del término bajas mortales, casualties, se reservó para referirse a los pocos soldados
estadounidenses que perdieron la vida. A través del doble discurso, Bush se
libró de responsabilizarse personalmente por la invasión, librándose de
acusaciones de infringir el primer artículo de la constitución estadounidense
que en su Sección 8 establece que el Congreso es el único cuerpo político
facultado para declarar la guerra (Op cit.,
56-57). La idea de que Bush Sr. actuó “en defensa de las vidas de los
ciudadanos estadounidenses” fue repetida en la televisión estadounidense, que proveyó
las encuestas y cifras necesarias con el fin de consolidar el consenso en torno
a la invasión (Ídem).
La
distorsión del discurso mediático está sustentado en la autocensura de los periodistas,
académicos y políticos que constituyen la punditocracy,
o expertocracia, en los Estados Unidos. En esta comunidad, hay quienes son
simplemente ignorantes e ingenuos; otros, tácitos estenógrafos para el poder,
construyendo noticias y comentario favorables a las corporaciones
estadounidenses; e individuos que son coconspiradores en la “propaganda
estratégica” del gobierno (Scott 1997, 30). La ofensiva propagandística tiene como
táctica, deflactar la atención hacia otros presuntos criminales de guerra,
enemigos de Estados Unidos, desviando la atención de los efectos que tiene su
política exterior en el resto del mundo (Op cit., 31). Otra manera de operar de
los Mass Media estadounidenses es amortiguar
o minimizar los efectos de las noticias concernientes a resoluciones de
Naciones Unidas o de la Corte Internacional de Justicia condenatorias del
actuar de EEUU y sus aliados (Ibíd., 32). Por último, los medios masivos tienen
la tarea de racionalizar la naturaleza corrupta de la mayor parte de la
política exterior estadounidense, cuando es necesario hacer referencia a ella.
Esto se logra a través del uso de comillas, colocadas en las “referencias
ofensivas”, para insinuar un probable esfuerzo propagandístico o axiomático,
que desacredita los hechos y los datos (Ib. 30).
El
consenso ante una eventual acción militar directa en Panamá comenzó a
construirse en los medios de comunicación americanos mucho antes de 1989. Como
señalamos anteriormente, las élites políticas washingtonianas se convencieron
de manera gradual de la incomodidad de tener a Noriega en libertad y como
aliado. El frustrado intento golpista de 1989 dejó claro para los generales la
necesidad de algo más que una “solución panameña”: era necesario destruir las
Fuerzas de Defensa, pues incluso sin Noriega, el cuerpo armado seguiría siendo
un poder en sí mismo, y no necesariamente uno responsivo a los intereses
estadounidenses (Kinzer 2006, 251-252).
Este
es el contexto en el que debemos colocar la visita de Sarah York a Panamá, así
como la campaña mediática que hizo de Noriega un representante del mal absoluto.
Durante los ochenta, la amenaza de invasión en Nicaragua fue un recurso
político del que se valió la administración Reagan para amedrentar al gobierno
sandinista, razón por la cual aumentó la tensión entre militares panameños y
estadounidenses. Tras una década de bombardeo mediático, de dictadores
sanguinarios sin razón de ser, de rebeldes obstinados y de países
impronunciables, una solución contundente para los problemas de otro país
exótico más no parecía escandalosa ni inesperada para los televidentes. En el
istmo, mientras tanto, nadie esperaba que Estados Unidos fuese capaz de llevar
a cabo una intervención militar, llevándose de miles de vidas, justo antes de
Navidad. [22]
CUATRO: LA GUERRA CONTRA LA NAVIDAD
Es
imposible desasociar la imagen de hombre guerrero construida alrededor de Rambo
del mensaje transmitido por las películas en las que aparece. Más allá de un
cuerpo musculoso con una larga cabellera, la idea que se construye en torno al
personaje es la de un héroe solitario
capaz provocar gran destrucción. “Un hombre capaz de ignorar el dolor [creado para] suprimir personal militar,
matar, punto”, se trata de un personaje capaz de concluir guerras que “los
políticos perdieron”. Rambo es precursor de una estética propia de las
películas de acción de los años ochenta: un hombre fuerte (léase de complexión
musculosa), armado con lo último en tecnología militar y con derecho moral para
hacer justicia por mano propia. La masculinidad construida desde las películas
de acción ochenteras es un performance excesivo e histérico (Brown: 1996, 52),
que aceptan la ideología expansionista de la derecha estadounidense, al mismo
tiempo que construyen una idea de ilegitimidad en torno al aparato político
civil. De este modo, “la violencia sustituye el entendimiento y la
victimización sustituye a la responsabilidad” (Gesser y Studlar: 1988, 9-16). El
hombre máquina no sólo renuncia a la propiedad de su propio cuerpo, sus
acciones parecen tener autonomía de la realidad histórica e incluso del aparato
político. La representación del héroe arquetípico presentado en las películas
contradice la realidad de los jóvenes que combatieron en el sudeste asiático y
que, ante la derrota militar, se convirtieron en parias, desempleados y
vagabundos a los ojos de la ciudadanía
estadounidense.
Las tropas que participaron en la invasión a Panamá fueron de una
generación distinta a la de Vietnam, así como la estrategia y la inteligencia
política con que fue llevada a cabo. La puesta en escena de 1989 tuvo como
principal parámetro el proteger la integridad las tropas invasoras. Los
soldados estadounidenses contaron con la mayor de las protecciones; chalecos
blindados, bombardeos estratégicos y tecnología de guerra de la última
generación. Los “rambos”, así llamó Stella Calloni a las tropas de ocupación americanas,
vestían modernísimos chalecos blindados, así como
“Un ridículo casco cubierto de flecos camuflados, que imitaban el
color de la jungla. Después sabríamos que estaban construidos con Kevlar, un material sintético cuyas 16
livianas hojas tenían la consistencia del acero. No dejaban pasar las balas.
Todas sus armas eran nuevas y sofisticadas y se ensayaron sobre la población
panameña”. (Calloni 1991, 11).
La “Alerta
Delta” comenzó a transmitirse, mediante el sistema de televisión que opera en
las bases militares estadounidenses, el 16 de Diciembre. Para entonces “la
opinión pública norteamericana había sido lo suficientemente moldeada para
aprobar la invasión, incluso para que para que produjese regocijo en sus
sectores chauvinistas” (Soler 1999, 88). La primera bomba cayó a las 00:46
según reportes del Instituto de Geofísica y la Estación Sismológica de la
Universidad de Panamá, y durante los primeros cuatro minutos de la invasión se
registraron 67 explosiones, y para las dos de la tarde se habían registrado 417
(Op cit., 89-90). En los días posteriores, durante la ocupación, el territorio
panameño se convirtió en el campo de práctica de la tecnología militar más
sofisticada. Ahí, fue usado por primera vez el bombardero F-117 “Stealth”, el icónico helicóptero de
ataque AH-60 “Apache”, los famosos Hummers,
que en la actualidad son incluso de uso civil al igual que los lentes y cámaras
de “visión nocturna”. El establishment militar se congratuló de reconocer que
los errores de la invasión a Granada habían sido superados. Razón de orgullo
también fue la participación de un contingente de 160 mujeres, el más grande
despliegue de unidades femeninas hasta ese momento (Ibídem 90-91). Los
testimonios de los vecinos del barrio popular de El Chorrillo, que era contiguo
al cuartel de las FDP, dan cuenta de escenas espantosas, incluyendo el uso de
un arma “capaz de entrar sin dañar nada en una casa y pulverizarlo todo
adentro” (Calloni 1991, 215).
“No echaba abajo edificios […] en cambio penetraba los muros […]
consumía mobiliario, máquinas, vidas humanas, sin hacer un solo boquete […]
familias enteras quemadas, calcinadas, o quién sabe cómo pueda llamarse a lo
que ocurrió con sus cuerpos que se deshacían entre los dedos cuando se pretendía recogerlos” (Soler 1999, 97).
La
memoria de dos personas que sobrevivieron al bombardeo y ocupación de El
Chorrillo invoca a un muchacho de aproximadamente 16 años “de los Batallones de
la Dignidad [que subió al edificio donde vivía] y comenzó a combatir desde allá
arriba […] según contaron luego las gentes de El Chorrillo, a él le tiraron una
bomba extraña, una bomba como incendiaria” (Calloni 1991, 221-222).
“Solo estaba el edificio intacto, pero todos los muebles
calcinados. Calculo que fue una bomba como de espuma, digo yo, algo que vi. El
muchacho se llamaba Jorge Carreño y me contaron los vecinos que al cadáver […]
los gringos lo amarraron con una soga y comenzaron a arrastrarlo pero se fue
desmembrando. Estaba calcinado de una manera tan extraña. Los militares norteamericanos
trajeron una bolsa y echaron los pedazos y lo tiraron por el balcón a la calle,
donde ellos andaban recogiendo los cadáveres. Esa fue la historia de un pequeño
héroe” (Op cit., 222).
En efecto,
las tropas estadounidenses comenzaron la limpieza de la escena del crimen desde
las primeras horas de la invasión. (Soler 1999)
y (Calloni 1991) reconstruyen la forma en que los americanos recurrieron
al uso de camiones refrigerados para trasladar los cadáveres a fosas comunes, y
para desaparecerlos en sus bases militares diseminadas por todo el territorio
centroamericano. Los medios de comunicación, en manos del imperio locales se
encargaron de culpar a los Batallones de la Dignidad por el incendio y la
destrucción en El Chorrillo (Soler 1999, 95). El encubrimiento en realidad
comenzó horas antes de la invasión, cuando los corresponsales de las
principales cadenas de televisión estadounidenses, así como de Notimex, AFP y EFE, fueron capturados
y retenidos en la base militar de Fort Clayton. Esta fue la primera guerra que
cubrieron CNN y FOX. Y a diferencia de su cobertura durante la Guerra del Golfo
Pérsico en 1991, el manejo de las imágenes e información estuvo bajo el
estricto control del ejército estadounidense. Una fotografía en un depósito de
cadáveres le cobró la vida a Juantxu Rodríguez, corresponsal de El País, quien
fue ejecutado extrajudicialmente momentos después de capturarla, en los
alrededores del hotel Marriott, donde se hospedaba. La periodista argentina Stella
Calloni hace memoria en su libro de 1991, “Panamá, pequeña Hiroshima”:
“Hacía sólo cinco días, en la mañana del 20 de Diciembre, había
sentido la sombra cercana de la muerte […] sucedió cuando caminábamos con un
joven fotógrafo por las cercanías del Palacio Legislativo. Imprevistamente nos
encontramos con un pelotón de soldados estadounidenses. Alcanzamos a decirles
que éramos periodistas, pero esto sólo pareció violentarlos. En ese mismo
momento surgió desde un portal, casi a mitad de cuadra, la pequeña y esmirriada
figura de un anciano. Entonces los soldados volvieron sus armas y dispararon
sobre él, que cayó como fulminado. Nosotros retrocedimos espantados y logramos
dar vuelta a la esquina […] Con un gesto casi instintivo el joven fotógrafo se
sacó rápidamente la camiseta y envolvió su cámara. Había comprendido que los
invasores no querían evidencias.” (Calloni 1991, 12).
El
periodista de Democracy Now!, Juan Gonzalez, asegura [23]
que el ejército estadounidense, al enfrentarse a una generación de reporteros
curtidos por los conflictos centroamericanos, mantuvo vigilancia sobre los
periodistas desde la salida de su vuelo en Miami.
Los preceptos intelectuales que
facilitaron la invasión no fueron desechados, al contrario, fueron ampliados y
perfeccionados -sobre todo la habilidad para la mentira-. El siguiente año, para
iniciar de la Guerra del Golfo Pérsico, George H.W. Bush utilizó la excusa de
bebés recién nacidos siendo desconectados de sus incubadoras en los hospitales
de Kuwait por los invasores iraquíes. Los medios de comunicación, atentos a los
designios imperiales, dieron difusión indiscriminada a la noticia que, con el
tiempo se descubrió como falsa.
Y no termina ahí. En 2003, la
insistencia sobre el apoyo a grupos terroristas, la presencia de armas de
destrucción masiva en Irak llevó a una guerra que ha durado (hasta 2018) quince
años. Hoy en día es sabida la falsedad de estas declaraciones, y más allá.
Sabemos que, en caso de haberlas poseído, las armas de destrucción masiva (armas
químicas como gas sarín y ciclosarín) fueron proporcionadas en los ochenta a
Saddam Hussein por países europeos como Holanda, Francia, Inglaterra y la administración
Reagan, con el fin de ser usadas en contra de Irán, durante una guerra en la
que el gobierno estadounidense vendió armas a ambos bandos.
En el nuevo milenio el conservadurismo estadounidense tiene nuevas fijaciones.
Durante la administración de George W. Bush,
en el cenit de la Guerra de Irak, nació el
concepto de War on Christmas,
la “guerra
contra la navidad”; una
estrategia de los medios
de comunicación derechistas que creó la falsa percepción de una
nueva ofensiva contra el modo de vida americano y su más fundamental expresión
cultural. Este puede ser considerado un giro hacia la
era Trump, ya que los medios de comunicación estadounidenses
criticaron primero al neoconservador Bush y al establishment por usar la expresión
Happy Holidays en vez del
tradicional Merry Christmas. Este
simple cambio de lenguaje implicaba una traición de la mayor magnitud, pues constituía
un ataque no sólo hacia la Navidad y la religión cristiana, sino contra esa
celebración que los gringos han deificado. Este percibido enemigo imaginario
cobraba corporalidad únicamente cuando se le caracterizada como liberal, un
afiliado al partido demócrata, un activista de los derechos LGBT, o extranjeros.
Sin embargo, el conservadurismo de la era Trump ya no tiene tiempo para las
cursilerías de la familia Bush; la realpolitik
de la administración precedida por Donald Trump hace uso de las amenazas
intervención militar para chantajear el resto del mundo, cosa que no es
nueva, como ya vimos.
La
última década del siglo XX, y la primera del veintiuno dan muestra de cómo
opera la hegemonía militar estadounidense
luego de la invasión a Panamá. La consolidación de los intereses de las
grandes transnacionales es el primer gran rasgo perceptible en América Latina.
El 28 de Junio de 2009 tuvo lugar el Golpe de Estado de Honduras (una de las
capitales latinoamericanas de la maquila), que revertía la agenda “progresista”
del presidente Manuel Santos Zelaya. El gobierno estadounidense también ha
puesto en la mira a países como Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Cuba.
Hoy, el resultado de la invasión es el éxito ideológico neoliberal,
que apareja el control canalero por parte de Estados Unidos con la ampliación
del sector servicios (casinos, bancos, hoteles, call centers), la educación por
competencias y una actitud de enajenación mercantilista inducida por el sistema
para su propio beneficio (Rodríguez Reyes 2014).
Existe una razón fundamental por la que
grandes sectores de las sociedades latinoamericanas prefieren “no mecer la
lancha” cuando se trata de política, la Invasión de Panamá demostró que una
acción militar directa por parte del ejército de Estados Unidos sería un crimen
bienvenido y permitido por la sociedad americana. La historia demostraría el
carácter de esta verdad con víctimas, por miles, en Afganistán e Irak.
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NOTAS
[1]
Es egresado del Colegio de Estudios Latinoamericanos
de la Facultad de Filosofía y Letras de la
UNAM.
[2] El Canal de Panamá es una importante obra
de ingeniería que conecta el Océano Atlántico con el Pacífico. Este paso
interoceánico es vital para la circulación de mercancías a nivel global. Fue
construido entre 1875 y 1915, a partir de la firma de tratados entre Estados
Unidos y la Nueva Granada (actualmente Colombia) que concedían a empresas
norteamericanas la licitación para construir un ferrocarril, y a la larga, una
vía marítima que atravesara el istmo. Desde su origen, la Zona del Canal de
Panamá ha sido adjudicada como propia por Estados Unidos, asegurándose los
mecanismos jurídicos necesarios para mantener la custodia y el monopolio del
control del canal. En 1977 el gobierno panameño y la administración del presidente
estadounidense James Carter acordaron la neutralidad de operaciones del canal,
con el compromiso de que al término del tratado, la República de Panamá
recuperaría su soberanía sobre la Zona del Canal.
[3] Ejército, Marina, Fuerza Aérea y Cuerpo de
Marines.
[4] (González 2017, 298-299) ofrece una
periodización de la Guerra Fría comprendida por tres momentos de distensión:
una primera fase de 1948 a 1953, caracterizada por la consolidación del
bipolarismo, la formación de la República Popular China, la Guerra de Corea y
el desarrollo del macartismo en EEUU. Una segunda fase, llamada de
“coexistencia pacífica”, entre 1953 y 1970/75 iniciada por la muerte de Stalin,
y la llegada al poder de Nikita Kruschev y su declaración de la posibilidad de
la coexistencia de los dos modelos políticos, socialismo y capitalismo, con una
solución pacífica de los conflictos. Es durante esta etapa de la Guerra Fría en
que ocurren los conflictos focalizados como la Guerra de Vietnam, la crisis de
los misiles de Cuba y la creación del Muro de Berlín. Y una última fase,
comprendida entre 1975 y 1990/91, con los últimos movimientos de la URSS en
Afganistán, Angola, Camboya y Mozambique, la intensificación del conflicto
centroamericano y la disolución del bloque socialista.
[5] Se le conoció como Roll Back al proceso en el que Estados Unidos recuperó sus
posiciones militares y políticas en el escenario de la Guerra Fría tardía,
después de que el presidente demócrata Jimmy Carter hiciera de los derechos
humanos el eje central de su política exterior.
[6] Cabe recordar que la percepción
catastrofista sobre la guerra de Vietnam tuvo dos percepciones distintas, por
una parte el descontento por la participación de Estados Unidos en una guerra
concebida como inmoral debido a la cobertura mediática, y por otro lado la
frustración por una retirada considerada abrupta y deshonrosa.
[7] Luego de la invención de la bomba atómica,
y la posibilidad de una conflagración de alta intensidad, las tácticas
convencionales de combate del siglo XX pasaron a ser conocidas como de mediana
intensidad, mientras que al catálogo de técnicas terroristas como la
desaparición forzada, el asesinato político o la intervención económica
apareció con el mote de “baja intensidad”.
[8] La Organización del Tratado del Atlántico
Norte nació al final de la Segunda Guerra Mundial, y su creación está
relacionada con el inicio de la Guerra Fría. Su objetivo era concentrar los
mandos militares de los países europeos en conjunto con las fuerzas americanas
estacionadas en Europa en un solo cuerpo estratégico para hacer frente común en
caso de una ofensiva soviética. El inicio de operaciones de la OTAN (tales como
ejercicios militares) fueron entendidas como agresiones por parte de la URSS,
que en concordancia crearía el llamado Pacto de Varsovia.
[9]
La Agencia Central de Inteligencia (CIA por sus iniciales en inglés) es el
cuerpo de inteligencia estratégica de Estados Unidos. Realiza operaciones
encubiertas y de espionaje.
[10]
La Guerra Contra el Terrorismo (
Global
War on Terror GWOT por sus siglas en inglés) comenzó luego de los ataques
terroristas del 11 de Septiembre de 2001, su teatro de operaciones se extiende
(en 2018) por once países de Medio Oriente y África. A su vez, la
War on Drugs, que comenzó en 1970
durante el gobierno de Richard Nixon, se refiere a los esfuerzos de prohibición
de las drogas y su criminalización por el gobierno federal de Estados Unidos.
Se ha convertido en una estrategia global impuesta a los países de América
Latina y Asia, que ha afianzado la intervención económica y política
norteamericana en México, los países del Caribe, América Central, Colombia,
Brasil, y Filipinas.
[11] En 1968 Omar Torrijos Herrera dio un
golpe militar, comenzando un “contradictorio
proceso” que “desmanteló el sistema de partidos, reemplazó el órgano
legislativo por una asamblea de líderes locales y neutralizó a la oposición”
(Leis 2009, 19). Y que llevó a cabo un proyecto de desarrollo económico de
corte nacionalista que ampliaba la participación del Estado en la economía, en
alianza con algunos empresarios locales. Se mantuvo en la presidencia hasta
1978, pero mantuvo control de la Guardia Nacional hasta su muerte. La unidad
nacional convocada por Torrijos impulsó proyectos de desarrollo que llamó
“escuelización”, “telefonización” y “electrificación”, logrando avances
importantes en la disminución del poder oligárquico.
Un importante momento político del torrijismo fue la llamada “Guerra del
banano” de 1974, una disputa entre el gobierno de Panamá y la Chiriquí Land
Company, subsidiaria de la United Brands Company motivada por un impuesto de un
balboa por cada caja de banano de 40
libras que se exportara. La negociación del impuesto, discutible en términos
económicos -pero no políticos-, tuvo un alcance regional, implicando a los
países bananeros. La reacción por parte de la transnacional, y su amenaza dar
por terminadas sus operaciones en suelo panameño, implicó la creación de la
compañía bananera de Panamá (“Bananos Panamá”), culminó con la destitución y
suicidio de Eli Black, presidente de
United Brands (Martínez 1987 202-216). Fundó el Partido Revolucionario
Democrático, que gobernó el país hasta la invasión de 1989, y apoyó a la
Revolución Sandinista desde finales de la década de 1970. Su muerte, en un
inexplicado accidente aéreo en 1981 provocó una lucha por el poder al interior
del PRD y la Guardia Nacional.
[12] (Selser 1984, 172) advertía que el éxito de
los modelos de exportación de Hong Kong y Singapur tenía base en la explotación
infrahumana de la mano de obra. A este “trabajo esclavo” lo podemos equiparar
con la modalidad del trabajo en las actuales maquiladoras en repartidas en
México, América Central, el Caribe, Indochina y Filipinas.
[13] Linares Franco, Julio E., “Sobre el
torrijismo”, en La Prensa, 21 de
Diciembre, 2004.
[14] Luna, Lucía, “Toda una campaña, en marcha”, en Proceso
718, 4 de Agosto, 1990.
[15] Hernández González, René, “El gargantazo”,
en La Prensa, 31 de Julio de 2007.
[16] Caño, Antonio, “Resucitando al general”, El País, 5 de Agosto de 1987.
[18]
El Instituto del Hemisferio Occidental para la Cooperación en Seguridad, anteriormente
conocido como la Escuela de las Américas, es una institución de formación
militar del ejército estadounidense con sede en Fort Benning, Georgia. Su área
de especialidad es la Doctrina de Seguridad Nacional aplicada al área latinoamericana.
De sus aulas salieron varios militares latinoamericanos responsables de
crímenes contra la humanidad, atentados a los derechos humanos, y acusados de
vínculos con el crimen organizado. Por mencionar algunos: los dictadores, Hugo
Banzer, Efraín Ríos Montt, Roberto D’Aubuisson, Rafael Videla, el presidente de
Gambia, Yahya Jammeh; y el narcotraficante, Heriberto Lazcano Lazcano alias el
“Z-3”.
[19]
De todos los implicados en el
Irángate,
John Pointdexter, el consejero de Seguridad Nacional de Ronald Reagan fue el único
sentenciado.
[20] Associated Press, “A Young
Noriega Fan Ruffles Her Neighbors”, en The
New York Times, Octubre 17, 1989.
[21]
Los detalles de esta relación particular los concedió Sarah York en una
entrevista de 2003 titulada para el podcast
This
American Life. “Episode 246: ‘My Pen Pal’”, Disponible en:
https://www.thisamericanlife.org/246/my-pen-pal
[Verificado el 18/12/18].