Con las mismas manos de acariciarte
estoy construyendo
una escuela.
Llegué casi al amanecer, con las
que pensé que serían
ropas de
trabajo,
Pero los hombres y los muchachos
que, en sus harapos
esperaban
Todavía me dijeron señor.
Están en un
caserón a medio derruir,
Con unos cuantos catres y palos:
allí pasan las noches
Ahora, en vez de dormir bajo los
puentes o en los
portales.
Uno sabe leer, y lo mandaron a
buscar cuando supieron
que yo tenía
biblioteca.
(Es alto, luminoso, y usa una
barbita en el insolente
rostro mulato.)
Pasé por el que será el comedor
escolar, hoy sólo señalado
por una zapata
Sobre la cual mi amigo traza con su
dedo en el aire
ventanales y
puertas.
Atrás estaban las piedras, y un
grupo de muchachos
Las trasladaban en veloces
carretillas. Yo pedí una
Y me eché a aprender el trabajo
elemental de los
hombres
elementales.
Luego tuve mi primera pala y tomé
el agua silvestre de los
trabajadores.
Y, fatigado, pensé en ti, en
aquella vez
Que estuviste recogiendo una
cosecha hasta que la vista se
te nublaba
Como ahora a mí,
Qué lejos
estábamos de las cosas verdaderas,
Amor, qué lejos -como uno de otro!
La conversación y el almuerzo
Fueron merecidos, y la amistad del
pastor.
Hasta hubo una pareja de enamorados
Que se ruborizaban cuando los
señalábamos, riendo,
Fumando, después del café.
No hay momento
En que no piense en ti.
Hoy quizás más,
Y mientras ayude a construir esta
escuela
Con las mismas manos de
acariciarte.
por Roberto Fernández Retamar[*]
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